LOS BENEFICIOS DE LA RISA

 

(Texto del artículo de Llorenç Guilera publicado en la sección Mente y Ciencia del número 70 de la revista MENTE SANA que edita Jorge Bucay para RBA. Reproducido con permiso de la Editorial).

  

      La ciencia ha estudiado hasta el último detalle de ese mecanismo tan humano y saludable que es la risa. Ahora sabemos que reír produce endorfinas, que moviliza centenares de músculos muy difíciles de mover de otro modo, que relaja contracturas musculares adquiridas por el estrés y oxigena los pulmones… Pero que, además, la risa fomenta la empatía y es fundamental para nuestro bienestar psicológico.

        La risa es el acompañamiento orquestal de la emoción básica de la alegría cuando esta tiene una fuerte intensidad. Es una respuesta natural que en el bebé sano aparece a partir de los cuatro meses y que no se aprende ni por condicionamiento ni por imitación. Es un conjunto de reacciones fisiológicas fuertes e imparables, un estado convulsivo de todo el organismo. El lenguaje popular habla de “ataques de risa”, de que la risa “nos coge”, “nos entra” o “nos da”, y que nos lleva a una intensa agitación física del cuerpo, hasta el punto de “troncharnos”, “partirnos”, “rompernos”, “desternillarnos”, “mondarnos” o “descoyuntarnos” …

       En 1900, el doctor G. V. N. Dearborn publicaba en la revista Science un artículo titulado Smile and the Laugh en el que describía la fisiología de la risa. Establecía unos dieciocho espasmos clónicos del diafragma; detallaba las contracciones musculares del rostro y del cuerpo, así como la dilatación del sistema arterial y el enrojecimiento que provoca; y refería cómo los ojos se adelantan en sus cuencas hasta activar las glándulas lacrimógenas. Dearborn advirtió en 1900 algo que hoy es conocido por todos: se puede llorar de risa y soltar lágrimas de alegría.



       La risa tiene tres orígenes distintos: físico, emocional e intelectual. El origen físico consiste en la estimulación sensorial: las cosquillas.

       En prácticamente todas las culturas, las madres estimulan así la risa de sus bebés y establecen un vínculo más íntimo. Analizando los distintos mamíferos, Robert Provine, neurocientífico de la Universidad de Maryland, sugiere que la risa es un sistema comunicativo poderoso que debe ser evolutivamente anterior al lenguaje verbal. Compartir cosquillas relaja y provoca gratitud y atracción hacia quien nos las hace. Por eso, las cosquillas pueden suscitar juegos sexuales; puesto que, además, los puntos sensibles suelen estar próximos a las zonas erógenas o incluso superponerse a ellas.

       El origen intelectual de la risa, por su parte, sería lo que llamamos sentido del humor.

       La risa viene activada por los lóbulos frontales, que envían un mensaje al resto del cerebro del tipo “suéltate y goza de la emoción de la risa que te provoca este pensamiento o esta situación”. Describir el sentido del humor ha ocupado muchas páginas; aquí nos limitaremos a dejar constancia de su existencia. Es una causa de la risa de gran componente racional y con complejas relaciones con la cultura y la capacidad de transgresión de las personas.

       En cuanto al origen emocional de la risa, el descubrimiento de las neuronas espejo ayudó a comprender por qué es contagiosa. El hallazgo en 1996 de las neuronas especulares por el equipo de Giacomo Rizzolatti, de la Universidad de Parma, revolucionó el campo de las neurociencias. Antes de este descubrimiento, se creía que las neuronas estaban especializadas en ser perceptivas, motoras o cognitivas, pero el equipo de Rizzolatti demostró que las neuronas espejo son a la vez perceptivas y motoras. Esto quiere decir que se estimulan tanto cuando realizamos una acción como cuando vemos que alguien la lleva a cabo o, incluso, al imaginarnos que podríamos realizarla. También se estimulan estas neuronas al ver una acción que nunca hemos realizado pero que tiene los mismos efectos que otras acciones que sí hemos hecho antes. Por tanto, y gracias a las neuronas espejo, los humanos y los mamíferos más avanzados tenemos la capacidad de identificar las intenciones de los demás a partir de sus acciones elementales y sabemos además identificar los estados de ánimo y las emociones de nuestros interlocutores por su lenguaje no verbal (empatía). Se ha demostrado que cada intención queda asociada a acciones específicas que le dan expresión, y que cada acción evoca las posibles intenciones asociadas. Y, por efecto de las neuronas espejo, cada percepción de una intencionalidad nos hace sentir, aunque sea por unas milésimas de segundo, la emoción que conlleva. Cuando vemos que una persona tiene un ataque de risa, nuestras neuronas especulares nos estimulan la comprensión inmediata de su placer y, si la risa persiste, nos contagian la emoción. Asimismo, cuando actuamos sobre nuestra cara y postura corporal para simular una determinada emoción, estimulamos a las neuronas espejo y acabamos sintiendo la emoción que simulábamos.

       En estos principios de la simulación persistente y el contagio, se basan los talleres de risoterapia bien llevados.

       Barbara Wild, psiquiatra y directora del Grupo de Investigación sobre el Humor de la Universidad de Tübingen destaca que “el humor deja fuera de acción un acervo cultural de la humanidad: la capacidad de controlarse”.

       ¿Son ciertos los beneficios para el cuerpo y el espíritu que nos prometen los talleres de risoterapia? Pues, en buena medida, sí. De esta base partía el pionero en el tema Hunter Patch Adams, médico de familia y payaso vocacional, cuando implantó en la década de los 70 la terapia de la risa. Está científicamente comprobado que la risa produce endorfinas, los neurotransmisores opioides que actúan como analgésicos contra el dolor y producen sensación de placer; que pone en marcha centenares de músculos; que relaja contracturas musculares adquiridas por el estrés; que oxigena los pulmones; que lubrica los lagrimales… Anímicamente, la risa nos ayuda a recuperar el sentido positivo y esperanzado de la vida; a sentirnos más identificados con las personas con las que compartimos risas; a olvidar ansiedades y posponer preocupaciones e inquietudes; a confiar de nuevo en nuestras capacidades.

       Cuando alguien se ríe, es imposible que se enoje, odie e, incluso que piense.

       La risa hace que el cerebro concentre el flujo sanguíneo en el sistema límbico y libere endorfinas, proceso que dificulta la capacidad de pensar y es incompatible con la adrenalina y el cortisol que producen los enojos. Pero el humor no sirve para todas las personas. Los depresivos lo comprenden, pero no consiguen contagiarse de la alegría. Los psicóticos toman las ficciones de los chistes al pie de la letra. Hay quien padece de miedo irrefrenable a las risas, gelotofobia, y las interpreta como una burla y un ataque personal.

      Nosotros podemos acudir a la risa falsa para hacer creer que somos risueños o como escudo para esconder el miedo, la vergüenza y otras tensiones que nos pueden generar las relaciones interpersonales. Podemos negarnos a reír de corazón y alejarnos de la gente de risa fácil… Pero también podemos recuperar al niño que conservamos en nuestras memorias vivenciales más profundas y pedirle que nos ayude a recuperar la alegría de las emociones simples. Nuestra sociedad tiende a identificar seriedad con responsabilidad y broma con payasada tonta y falta de profesionalidad. “No te lo tomes a risa”, equivale a “considéralo seriamente”. Sin embargo, recordemos a aquellos inefables médicos de cabecera de hace medio siglo que hacían superar el miedo a la enfermedad de sus pacientes infantiles haciendo bromas y buscando sus risas con chistes tan blancos como su bata. Por eso, deberíamos atrevernos a cambiar la frase hecha para decirnos: “Seamos serios y responsables: tomémoslo a risa”.