CONTROL MENTAL DEL DOLOR

 

(Texto del artículo de Llorenç Guilera publicado en la sección Mente y Ciencia del número 97 de la revista MENTE SANA que edita Jorge Bucay para RBA. Reproducido con permiso de la Editorial).

  

       El dolor tiene su origen en un desequilibrio físico, pero solo lo percibimos cuando el cerebro emite la señal correspondiente. Por eso, técnicas mentales como el bio-feedback, la hipnosis o las terapias de aceptación son eficaces para manejar y amortiguar la percepción del dolor sin fármacos ni efectos secundarios.

       Muchos tejidos de nuestro cuerpo disponen de neuronas sensitivas especializadas, denominadas nociceptoras, que captan los estímulos mecánicos, químicos o térmicos que le pueden ser nocivos y mandan al cerebro las señales de alerta. Cuando dichas señales llegan al cerebro, este genera la sensación de dolor para que tomemos conciencia de las amenazas y reaccionemos debidamente para eliminarlas. Si desaparecen las causas del dolor, las nociceptoras dejan de estimularse y se interrumpe el dolor.

       Pero hay enfermedades que la ciencia y la medicina actual no saben curar; como ocurre, por ejemplo, con determinadas afecciones reumáticas, con ciertos procesos degenerativos o con el simple envejecimiento. En estos casos, la estimulación neuronal no cesa. Es lo que llamamos cronificación del dolor. El dolor deja de ser una ayuda protectora y pasa a ser una molestia insufrible; el problema de salud que causa más absentismo laboral, por encima de la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.



       Si no somos capaces de eliminar las causas del dolor, ¿podemos, al menos, procurar mitigar los molestos efectos que ocasiona? La respuesta es afirmativa. Hay tres clases de tratamientos para mitigar el dolor: los farmacológicos, los tratamientos basados en una reacción biológica (bio-feedback) y la psicoterapia. En el primer grupo, el control de la mente coadyuva; en los otros dos, resulta imprescindible.

       La ansiedad y la depresión impiden que los opiáceos naturales del cuerpo actúen adecuadamente. En estos casos, mediante ansiolíticos y antidepresivos, se procura relajar al paciente y hacer que recupere el poder natural de sus endorfinas. Los analgésicos, antihistamínicos y antiinflamatorios actúan amortiguando la estimulación de los nociceptores. Los analgésicos no eliminan la causa del dolor, pero al poco de tomarlos dejamos de percibir las alertas que nos molestan. El inconveniente principal es que sus efectos son de corta duración y, cuando el dolor es muy agudo, no son suficientes.

       En los hospitales se emplea la morfina u opiáceos similares para mitigar los dolores muy agudos. Los opiáceos afectan al sistema nervioso central e insensibilizan la zona del cerebro encargada de percibir el dolor.

       Los opiáceos son un sistema de eficacia garantizada, y al que casi nadie quisiera tener que renunciar en una situación desesperada, pero que tiene el riesgo de crear adicción en caso de uso continuado y no deja de ser “matar moscas a cañonazos”.

       El profesor Solomon Snyder, del Hospital Johns Hopkins de Baltimore, ha llegado a la conclusión de que la perfecta adaptación de las células receptoras a la morfi-na ha sido producto de la evolución natural del cerebro para procesar las endorfinas. En otras palabras: Nuestro cuerpo está preparado para fabricar bálsamo natural para el dolor, aunque la eficacia de este sistema depende de las características genéticas y psicológicas de cada persona. Según Snyder, aunque hoy solo se conocen unas veinte endorfinas diferentes, se supone que deben de existir del orden de unas doscientas. Concretamente, se ha visto que una de ellas, la dinorfina, tiene un poder analgésico doscientas veces más potente que la morfina.

      La medicina del dolor ha demostrado que la intensidad del dolor percibido depende totalmente de las circunstancias, de las experiencias anteriores, de la atención que el paciente presta al dolor y de su capacidad de producción de endorfinas.

       La mente tiene la capacidad de matizar nuestra percepción del dolor.

       El dolor que experimenta un deportista profesional en el fragor de la competición es una ínfima parte del que sufriría una persona cualquiera en las mismas circunstancias. La alegría de haber ganado la maratón amortigua los terribles dolores musculares que lo acompañan. En el extremo opuesto, algunas personas sufren un aumento anormal de su sensibilidad dolorosa (hiperalgesia). El disgusto y el miedo de soportar la turbina del dentista multiplican el dolor que vamos a sentir.

       Tras un mismo tipo de lesión, algunos individuos se recuperan sin volver a sentir dolor nunca más y otros siguen con dolor crónico cuando la herida ya ha sanado. El doctor Vania Apkarian, de la Universidad de Northwestern, en Chicago, ha realizado escáneres cerebrales para analizar la respuesta al dolor de individuos que sufrían una lesión de espalda similar. Encontró que la respuesta emocional de cada persona es distinta e involucra la comunicación entre dos regiones del cerebro: la corteza frontal y el núcleo accumbens. Los escáneres mostraron que las personas con un gran nivel de comunicación neuronal entre estas dos zonas del cerebro tienen una probabilidad del 85% de cronificar su dolor. Cuando el dolor se vuelve permanente, conlleva un alto grado de malestar porque el sujeto añade a su sufrimiento la ansiedad ante actividades que puedan aumentarle el dolor.

       El miedo a sufrir, los pensamientos negativos, las creencias sobre la gravedad del problema… contribuyen a agravar el trastorno.

       Para estas personas, la vida entera gira en torno al dolor, lo que origina un grado notable de incapacitación y de disminución de la actividad física. Si una persona tiene una enfermedad incurable, debe aceptar que su mal no tiene curación, pero debe saber que puede mejorar enormemente su calidad de vida controlando el dolor asociado a su enfermedad.  Los tratamientos basados en bio-feedback se apoyan en unos instrumentos que nos permiten medir y tomar conciencia de cierta actividad fisiológica del cuerpo vinculada al dolor y, mediante el control mental de dicha actividad, regular la sensación de dolor.

       Existen procesos de bio-feedback que han dado buenos resultados mostrando la evolución de las ondas cerebrales, la función cardíaca, la respiración, la actividad muscular y la temperatura de la piel.

     Recientemente, investigadores de la Universidad de Stanford han desarrollado un bio-feedback basado en imágenes de la actividad cerebral proporcionadas por resonancia magnética. La persona toma conciencia de cuál es el impacto que el dolor origina en los centros cerebrales de percepción y control del dolor, y aprende a reducir su actividad mediante estrategias sencillas de control mental. Se le enseña a no centrar la atención en el dolor, a cambiar el valor emocional de este (es decir, a restarle importancia) y otras estrategias similares, y con unas pocas horas de entrenamiento logra reducir a voluntad la intensidad del dolor.

       La digitopuntura no deja de ser una variante de bio-feedback en la que el instrumento utilizado son las simples yemas de los dedos. Una vez localizados los nodos sensibles, el paciente toma conciencia del nivel de presión de los dedos que le ayuda a mitigar el dolor que sufre.  Un equipo de científicos del Instituto de Neurociencias Cognitivas del Colegio Universitario de Londres ha ido más lejos y ha descubierto en el 2011 que la forma en que el cuerpo está representado en el cerebro a través de la imagen que le transmite el sentido del tacto es clave para reducir la percepción de dolor intenso.

       Tocarse uno mismo la zona dolorida y las colindantes, cruzar los brazos y mantener una postura erguida son gestos que pueden ayudar a aliviar la sensación de malestar físico en unos pocos segundos.

       Scott Wiltermuth, de la Universidad del Sur de California, y Vanessa Bohns, de la Universidad de Toronto, pidieron a un grupo de personas que adoptara poses dominantes y a otro grupo que adoptara posturas neutrales y sumisas mientras eran sometidos a una misma fuente de dolor. Comprobaron que las primeras mostraban mayores umbrales de dolor que las segundas. La conclusión es clara: frente al dolor físico, en lugar de encogerse en un ovillo, es más efectivo enderezarse, sentarse o ponerse de pie, hinchando el pecho y expandiendo el cuerpo: la postura expansiva ayuda a elevar los niveles de testosterona en la sangre, la hormona asociada a una mayor tolerancia al dolor, y, al mismo tiempo, a reducir los niveles de cortisol, la hormona asociada al estrés.

       Los tratamientos psicoterapéuticos del dolor tienen dos caminos principales: la hipnosis y la terapia de aceptación.

       La hipnosis ha acreditado su capacidad para reducir el dolor en el caso del dolor agudo, llegando incluso a utilizarse en cirugía en sustitución de la anestesia. Sin embargo, en España un decreto ministerial de 1994 excluye esta terapia de la sanidad pública.

       La terapia de aceptación y compromiso consiste en programarle al paciente un acercamiento progresivo a las actividades que él rehúye porque sabe (o cree) que le aumentan el dolor. Aunque inicialmente lleva aparejado un incremento del dolor, a medio plazo el sujeto recupera el máximo posible de actividad física, con relativa independencia del dolor. Sin fármacos, con el control de la mente, consigue que los sistemas de analgesia endógena funcionen gracias a poner el cuerpo en movimiento, afrontando problemas; en suma, viviendo en el sentido más amplio de la palabra. No permitiendo que el dolor limite cada vez más la capacidad de la persona de gozar de las cosas buenas que nos ofrece la vida.