SUPERAR TRAUMAS

  

(Texto del artículo de Llorenç Guilera publicado en la sección Mente y Ciencia del número 91 de la revista MENTE SANA que edita Jorge Bucay para RBA. Reproducido con permiso de la Editorial).

 

      Las situaciones de dolor extremo o repentino pueden fijarse en nuestro cerebro en forma de traumas. Varias disciplinas psicológicas han tratado de curarlos, pero ninguna ha sido tan efectiva como la EMDR, que provoca un estado parecido al que se alcanza con el sueño REM y favorece la asimilación del recuerdo traumático.

       En psicología se llama “trauma” a cualquier vivencia que provoca emociones negativas difíciles de asimilar. Cuando una persona vive un suceso con amenazas reales o subjetivas de muerte, o grave daño a su integridad física o moral, es lógico que experimente miedo intenso, auténtico horror, y se sienta incapaz de controlar las emociones negativas.

       Todos estamos expuestos, pues, a sufrir traumas psíquicos en nuestras vidas. La mayoría de ellos logramos digerirlos, con mayor o menor esfuerzo, en mayor o menor periodo de tiempo. Es decir, los integramos en nuestra experiencia de vida y los archivamos en nuestra memoria autobiográfica como una vivencia dolorosa que solo nos producirá un malestar controlado cuando la recuperemos, voluntaria o involuntariamente, en nuestros recuerdos.

       Estos pequeños traumas y frustraciones cotidianas los curamos habitualmente con descanso y sueño reparador, un factor clave como veremos más adelante. Si son un poco más intensos, nos es necesario recurrir a la reflexión y el autocontrol emocional.



       Si con ello no los superamos, es de gran ayuda recurrir al diálogo con amigos o familiares que nos quieren y que compartan nuestras emociones. Y si seguimos mal, deberíamos plantearnos la ayuda de un profesional. ¿Cómo distinguir la gravedad de un trauma? El verdadero problema sucede cuando no podemos controlar ni el momento en que se producirá el recuerdo traumático ni el malestar que este nos generará. En psiquiatría esos casos se denominan trastorno por estrés postraumático (TEPT).

       No todos los traumas provocan TEPT; sin embargo, algunas personas que han sufrido accidentes graves, muertes violentas o bruscas de seres queridos, guerras, encierros en campos de concentración… no logran superar los efectos postraumáticos. A estas personas se les hace enormemente difícil mantener una vida normal a causa de las frecuentes pesadillas y crisis de ansiedad con las que reviven –sin poderlo prever ni controlar y con una fuerte sensación de realidad– sus vivencias traumáticas.

       Las neurociencias nos han enseñado que todas las vivencias son percibidas en primer lugar por el tronco encefálico y el cerebro reptiliano, donde se produce una inmediata reacción instintiva.

       Frente a las amenazas y agresiones externas graves, el instinto de supervivencia genera reacciones fisiológicas automáticas que producen las emociones (fundamentalmente ira y miedo) que impactan en el sistema límbico y se memorizan en la amígdala.

       El hipocampo intenta contextualizar la vivencia actual con la memoria de vivencias anteriores para ofrecerle al cerebro cortical una referencia que le permita establecer patrones anteriores similares que le guíen en la conducta a asumir. Cuando esta asociación no logra producirse, el trauma no es procesado con normalidad y el sujeto padece una impotencia para actuar y una posterior incapacidad de superación del trauma.

       Las emociones fuertemente negativas se almacenan en la amígdala y en las memorias subcorticales inconscientes, y son recuperadas (a veces sin que venga a cuento y sin poderlas descartar) por el hipocampo. El córtex orbital-prefrontal puede intentar un descarte último, pero no siempre dispone de la energía y contundencia necesarias para lograrlo.

       El psicoanálisis partía de la hipótesis, formulada por Josef Breuer y Sigmund Freud en 1893, de que el cerebro cortical podría eliminar el TEPT cuando lograra comprender todos los aspectos que originaron la vivencia traumática. Sin embargo, el problema principal con el que se encuentra muy frecuentemente la terapia psicoanalítica es que el paciente no puede verbalizar su vivencia traumática por la sencilla razón de que no la tiene incorporada a la memoria autobiográfica. Para acceder al inconsciente, el psicoanálisis recurre a las asociaciones libres de ideas y a la interpretación de los sueños. Freud utilizó en sus inicios la hipnosis, pero la descartó tan pronto como comprobó que, demasiado a menudo, sugestionaba falsas vivencias al paciente.

       El psicoanálisis ha resultado ser, con el tiempo, una terapia lenta, costosa y con un índice de eficacia bajo para los TEPT. Y con un inconveniente mayor: es una terapia de durabilidad dudosa.

       Con mucha frecuencia, el paciente que ha recibido el alta recae si sufre nuevas emociones negativas, incluso si no existe un vínculo aparente entre ambas vivencias. Por ejemplo: un paciente que ha superado el trauma causado por un accidente aéreo al que sobrevivió recae cuando pierde a su madre de muerte natural.

       La psicología conductista es otra terapia empleada para tratar los TEPT. Parte de la hipótesis formulada a mitad del siglo pasado por F. B. Skinner de que toda conducta es aprendida y se puede desaprender. Los estímulos de búsqueda de emociones positivas (premios) y emociones negativas (castigos) aplicados en los puntos adecuados pueden cambiar la conducta del paciente. Distintas terapias basadas en esta teoría logran resultados apreciables. Pero tampoco hay seguridad de que la vivencia traumática quede convenientemente “digerida”.

       La psiquiatría farmacológica coadyuva con las demás psicoterapias reduciendo la ansiedad y la depresión del paciente para proporcionarle un mejor estado de ánimo para afrontar el reencuadre necesario de su vivencia traumática. Pero solo coadyuva, no es resolutiva.

       La verdadera solución a los trastornos postraumáticos parece estar en una terapia llamada EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing); es decir, desensibilización y reprocesamiento por medio de movimientos oculares, una terapia descubierta un poco casualmente por la doctora Francine Shapiro en 1987 cuando trataba a veteranos de guerra.

       El punto neurálgico del tratamiento con EMDR consiste en localizar los impactos sensoriales que el paciente tiene asociados al suceso traumático. Seguidamente, el psiquiatra hace que el paciente se concentre en las sensaciones recordadas mientras le induce a girar los ojos con estímulos bilateralizados que pueden ser sus propios dedos o imágenes o sonidos automatizados en un ordenador. Se trata de provocar el mismo ritmo giratorio de las cuencas oculares, que, de manera natural, se genera en la fase REM del sueño. En la forma, la terapia EMDR se parece a la hipnosis, pero los fundamentos son distintos.

       Con la EMDR, es la información que ya existe en el cerebro del paciente la que se reprocesa de manera natural, se desensibiliza y da como resultado unas respuestas adaptativas características de cada sujeto.

       ¿A qué se debe que esta terapia resulte tan eficaz? El profesor Robert Stickgold, de la Facultad de Medicina de Harvard, ha formulado hipótesis neurocientíficas. Ya hace años que se descubrió que en la fase más profunda y restauradora del sueño, la fase REM, los movimientos rápidos y bilaterales de los ojos iban asociados al vaciado necesario y reparador de la memoria acumulada durante el día en el hipocampo. En estos momentos cruciales del sueño, las vivencias son asimiladas y archivadas en la memoria cortical autobiográfica de larga duración. Son los procesos necesarios para materializar lo que llamamos “digestión del trauma”; es decir, su asimilación a otras vivencias anteriores y, en consecuencia, a nuestra capacidad de controlar las emociones asociadas al potencial recuerdo.

       Cuando el trauma no ha podido ser “digerido” en este proceso REM, su memoria permanece a nivel subcortical (principalmente en la amígdala) y, a consecuencia de ello, nos provoca los trastornos.

       Es decir, la terapia EMDR funciona porque provoca un equivalente del proceso REM cuando el cerebro del paciente está centrado en una de las memorias subcorticales traumáticas. Logra que se produzca la asimilación a las memorias autobiográficas pertinentes. O como dijo el profesor Robert Stickgold, de Harvard, el efecto es el mismo que el del sueño reparador: los recuerdos abandonan la amígdala y las zonas subcorticales y son almacenados en la memoria autobiográfica, desapareciendo los trastornos anteriores.

      Es un error pensar que un TEPT puede curarse con la voluntad del afectado o con el apoyo anímico de amigos y familiares no profesionales.

       Si bien son factores que, por supuesto, ayudan mucho, el TEPT es una disfunción mental que requiere tratamiento psiquiátrico, y en ese sentido se diferencia claramente de los traumas y frustraciones cotidianos que curamos con un sueño reparador.

       Aunque en unos casos y otros, el valor a salvaguardar es siempre el mismo: mantener la mente sana para aprovechar de la vida todo lo bueno que nos da.